viernes, 27 de octubre de 2023

ARAGÓN OLÍMPICO

En las arenas del tiempo: Pilar Iturralde 2023

Podríamos decir que Aragón tiene una relación olímpica con la irracionalidad hidráulica. Y es que el año 1992, con su expo sevillana, su alta velocidad y su olimpiada barcelonesa, en medio de toda aquella moda del pelotazo vestido de pana en que las privatizaciones empezaban a engordar las cuentas de resultados de emprendedores empresarios y de banqueros de la pujante y campechana monarquía, fue el año del Pacto del Agua. Todo, un mito de la política aragonesa que traspasa partidos y coaliciones y que se pasea como un zombie entre los escaños de sus aragonesas señorías.
 
No son poco quienes creen que ha sido una de las mentiras más hábilmente trenzadas por los cesteros del constitucionalismo aragonés, antes de que CHA entrara en el hemiciclo de la Aljafería, y que venia a ser la franquicia baturra de un Plan Hidrológico que aspiraba a regar los desierto nacionales con el agua del Pirineo. 

Se le llamó “PACTO” aunque habría sido mejor haberle llamado “LISTADO" de embalses, un rosario desparramado por el mapa que andando el tiempo, ha demostrado su irracionalidad y del que algunos se han caído a pesar del esfuerzo de los medios de difusión de este pequeño paÍs con nombre de río, por mantener vivo un modelo hidráulico caduco en el que el agua va, hogaño como antaño, a parar al molino del más rico.

Hace de esto ya, más de veinte años. Fueron tiempos de manifestaciones, de ayunos y aparición de nuevas palabras como “Nueva Cultura del Agua” o “Dignidad de la Montaña” y una parte de la población empezó a pensar que habría que hacer cambios radicales en esta comunidad, demasiado apegada a sus tradiciones.

Janovas fue el primero en borrarse del listado gracias al coraje de un político de derechas que primó su conciencia personal y coherencia administrativa sobre las ordenes de su propio partido. Santaliestra vino después, fruto de la concertación social en la que no faltó la presión que los tribunales ejercieron sobre algunas figuras importantes del momento, entre ellos un Secretario de Aguas y Costas.

Biscarrues duró más en las portadas de la prensa de "cachirulo pantanero" que no podía entender que, a pesar de los cambios de ciclo de la naturaleza, quedara un palmo de tierra sin agua y que el arroz del Pirineo no sea el mejor para la paella dominical, pero también se borró del libro del agua embalsada de 1992. La decisión de la gente de la Galliguera supo encontrar las páginas del libro del derecho en que se podía escribir alguna línea de esperanza.

Entre lo que quedó en el listado y se construyó, la mayor parte con poca o nula contestación social, la irracionalidad estuvo plenamente activa. 

El primer embalse del Pacto del Agua, El Val, está ahora de plena actualidad en medio de la geografía moncaina. Sin cumplir el objetivo para el que fue pensado, ha acumulado ya más de 20 años de contaminación industrial de la ladera castellano leonesa que ha convertido los brillos de un progreso inmediato en contaminación permanente y además observa, con esa quietud que tiene el agua muerta, la inacción de las administraciones para resolver los problemas de fondo que han llevado la gastroenteritis a los habitantes de Tarazona. A la contaminación del barranco que lleva su nombre se le suma ahora la del Queiles que, según parece también es víctima de la ganadería industrial, en este caso de truchas.

Nada nos gustaría más que equivocarnos, pero, so pena que la administración local, autonómica y estatal acudan diligentemente al origen de los problemas, todo hace suponer que las aguas moncainas seguirán bajando turbias e insalubres. De la administración comarcal y provincial, mejor no hablar. Su existencia es un mero saltar de cuatro en cuatro años para mantener su estatus de peones de las oligarquías que tienen sus sedes en la capital del reino.
 
De otras obras como los embalses de Lechago o Montearagón que ya hace años se construyeron e inauguraron, poco se sabe en la actualidad. En el primer caso falta por superar los costes de utilización de sus aguas en un regadío discutible y en el segundo, los fallos de estabilidad de su presa y las obras de abastecimiento de Huesca han disparado su presupuesto. Algo que se echa a faltar en la gestión hidráulica es que alguien haga las cuentas reales de la política hidráulica.
 
La multiplicación de los presupuestos es una práctica habitual que, como en el caso de Mularroya no se detiene ni ante las decisiones en contra de los juzgados que son un territorio en el que la administración siempre lleva las de ganar ni ante los errores de diseño y los consabidas reformas del proyecto inicial. En el caso de este trasvase del Jalón al Grío, no deja de ser curioso que la construcción de un embalse que debería dar agua generosamente, además de condenar a la desaparición a la agricultura familiar de un importante tramo de la Ribera del Jalón, deje secas las fuentes de pueblos como Paracuellos. 

Otro embalse inútil, ejemplo donde los haya de irracionalidad hidráulica, es el de La Loteta que debía haber servido como reservorio plurianual para abastecer a la ciudad de Zaragoza y que, hoy por hoy, es un stadium olímpico de deportes de vela. El cierzo que nunca falta en el Ebro Medio, ha hecho de este pantano que embalsa 100 millones de euros de todos los españoles, una herencia difícil en la necesidad de dar de beber a la mitad de los aragoneses que se acumulan en su capital y a los que se prometió que el agua del pirineo llegaría directamente a sus grifos gracias al recrecimiento del Embalse de Yesa. Y no solo a los grifos de Zaragoza, también a los del valle del Jalón y del Huerva. Así, Cariñena que tiene en su término municipal agua de una gran calidad, debería recibir el agua del río Aragón después, eso si, de recorrer cientos de kilómetros entre bombeos y tuberías.


Y siguiendo el ir y venir del agua, este relato de despropósitos nos deja en el Embalse de Yesa, el mayor depósito de agua pirenaica para aquel pretérito trasvase del Ebro en cuyo recrecimiento puso la primera piedra un ministro delincuente y que ahora mismo, mientras lleva camino de multiplicar por cinco su presupuesto inicial, parece pausar sus obras porque, por lo que se ve, los deslizamientos de ladera que se decían no ser tales, si lo eran y habrá que acometer el "penúltimo" modificado que haga posible esta melomanía pantanera.

En estos veintitantos años han pasado muchas cosas, entre otras cosas, todos nos hemos hecho viejos y ni la realidad económica y social ni las exigencias de la emergencia climática se parecen a lo que se pudiera percibir en el olímpico año de 1992, con sus Expos y sus Olimpiadas. Por eso resulta poco explicable para una buena parte de la población que se siga manteniendo el mismo modelo, la misma manía por crecer el regadío en tiempo de disminución de aportaciones de agua y la misma fe en que la política de ingeniería civil y hormigón (que nadie duda, ha podido ser positiva para el desarrollo de la agroganadería aragonesa en el pasado), pero que hoy necesita un repaso en profundidad. La agricultura familiar de hace cuarenta años poco o nada tiene que ver con el modelo globalizado-industrial que ahora rigen los mercados del campo, por eso, parece una broma del destino que esgrimiendo el icono del labrador aragonés, enjuto y trabajador, se esté auspiciando y justificando una ingente inversión de dinero público que ya no repercute en el bien de las personas del mundo rural sino en el de un reducido grupo de intereses en buena medida lejanos de esta tierra de polvo, niebla, viento y sol.

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