Las actuales preocupaciones por la calidad del agua del abastecimiento urbano de Zaragoza traen al
recuerdo el complicado sistema que se definió en su momento para que los
zaragozanos puedan beber el agua del grifo con total seguridad.
La
memoria grupal suele ser selectiva y no siempre guarda la relación precisa de
los acontecimientos.
Esta
peculiaridad humana la aprovecha quien detenta el poder en cada momento para
construir un relato acorde a sus intereses que, a su vez puede cambiar en
función del tiempo y sus circunstancias. Por eso, poca gente recuerda la inauguración
de la depuradora de la Cartuja, los viajes a Rusia, los desfases en el
presupuesto, las facturas falsas o la relación de Veolia con el alcalde del
momento a través de un personaje tan singular como Didac Fábregas.
Poco
tiempo después de este episodio semi-olvidado se lanzó el proyecto de
"abastecimiento de Zaragoza y su entorno" convenciendo a los
zaragozanos de que iba a llegar a sus grifos el agua del Pirineo con toda su
transparencia y calidad. Sin embargo, el evidente objetivo político del momento,
no era otro que involucrar a esa mayoría urbana que supone Zaragoza en la
pretendida necesidad de recrecer el embalse Yesa, pieza clave en su momento
para regular el trasvase del Ebro que, por entonces, se promovía desde Madrid.
El proyecto, ignorando los principios más elementales de racionalidad económica, extendió el “privilegio” de recibir aguas del Pirineo a municipios en un radio de 50 kilómetros, mediante bombeos; Jalón arriba, hasta la Almunia, o Huerva arriba, hasta Cariñena. Todo ello un coste de unos 2€/M3 que
Zaragoza debería pagar al 90%, al aplicarse un modelo tarifario pretendidamente
"solidario" de reparto de costes entre todos. En aquel momento nadie
pareció caer en la cuenta de que los acuíferos de la sierra del Águila y del
Alto Huerva podrían distribuirse por gravedad de una forma mucho menos costosa.
En esta
operación, entre propagandística y financiera, la pieza clave era un nuevo
embalse, la Loteta, que junto al Canal Imperial, a la altura de Gallur, podría
llenarse con aguas invernales del propio canal, de buena calidad y con los
caudales sobrantes del sistema de regadío de Bardenas.
Con sus
96 millones de metros cúbicos, este embalse podría garantizar año y medio de
abastecimiento a Zaragoza, perfilándose como la pieza clave de la regulación de
dicho abastecimiento.
Sin
embargo, desde el primer momento, la Fundación Nueva Cultura del Agua planteó
públicamente los problemas que podría generar el sustrato de yesos del vaso del
embalse.
En su
día, el principal argumento usado para denostar la calidad de las aguas del
Canal Imperial, hasta generar alarma ciudadana, no fue otro que el de su alta
concentración en sulfatos. Sin embargo, almacenar en un vaso de yeso, durante
meses o años, aguas de alta calidad, previsiblemente comportaría una disolución
masiva de sulfatos y otras sales. La respuesta oficial de la CHE fue que todo
estaba estudiado y que la disolución de sales en la Loteta sería pequeña e
incluso mejoraría el agua del Pirineo excesivamente pura para el uso de boca.
El mito/mentira del agua pirenaica llegando pura y sin macula a través de casi
200 Kms de acequias y canales estaba bien construido para convencer a los zaragozanos.
Una vez
construida la presa no terminaron las obras, pendientes de resolver las fugas
de la infraestructura. Por unas u otras razones la Loteta está de facto,
desechada para las funciones de regulación del abastecimiento de Zaragoza
porque, en efecto, se ha comprobado una disolución masiva e inaceptable de
sales que cuadruplica la concentración de sulfatos del canal.
La expresión
más gráfica de este poco conocido fiasco la ofrece hoy la ruina en que se han convertido
las instalaciones del cámping que allí se construyó dentro del plan de
compensación territorial.
Tampoco
se sabe si Zaragoza tendrá que pagar el embalse porque, sobre el papel, la
ciudad es su usuaria principal. Si se cumplieran las condiciones del proyecto,
una vez que se completen las obras de reparación de fugas, Zaragoza debería
hacer frente a 2 millones de euros/año, casi el triple de lo que paga a la CHE
por usar las infraestructuras del sistema de Bardenas.
A este
respecto la memoria colectiva debería considerar que lo que, si se paga ya, es
cerca de 1 millón de euros/año a la Comunidad de Regantes de Bardenas por
utilizar el embalse de Laverné, aunque de facto apenas se usa, ya que la mayor
parte de los caudales llegan a Zaragoza en continuo, sin regulación alguna.
El
ayuntamiento de Zaragoza, independientemente de su filiación política debería
exigir a la CHE, en compensación, otras balsas, con una capacidad equivalente,
que permitan regular las aguas sobrantes de Yesa y las aguas invernales del
canal, que se preveían regular en La Loteta.
Y respecto a los más de 100 millones de euros de dinero público invertido/malgastado, cabría preguntarse si los zaragozanos que se creyeron a pies juntillas, el mito del agua del Pirineo en su grifo aceptarán y callarán sin exigir responsabilidades a los responsables y tal vez asuman con la misma candidez el hecho de que este sistema de abastecimiento es gestionado por ACUAES, empresa pública gemela de ACUAMED, implicada en graves problemas de corrupción. Desgraciadamente la población se está acostumbrando a que empresas que funcionan sin control de los Ayuntamientos a los que abastece, construyan una estrategia de privatización del agua tanto en el abastecimiento como en el saneamiento también en Zaragoza.
Y, dado
que estamos hablando de agua, nada más apropiado que recordar a Zygmunt Bauman
y su modernidad líquida.
“La
cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho que ilustrar y
ennoblecer, sino clientes que seducir.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario